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a Artículos de Conrado De Lucia
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Publicado
en el Nº 2 de la revista "Bondiguía"
Hasta
mediados del siglo pasado, la actividad económica
de nuestro país estaba presidida por las empresas
británicas, como había acontecido desde la
época de Rivadavia.
Es conocida la historia de esta dependencia, facilitada
por el servilismo de nuestros gobernantes. En 1930, el
pacto Roca-Runciman ratificó una vez más
nuestro sometimiento a la soberanía extranjera.
En esa oportunidad, el gobierno inglés
entregó el estatuto para nuestro Banco Central al
embajador argentino, quien en un lamentable brindis
expresó que, económicamente, la Argentina
formaba parte del imperio británico.
Dos décadas después, el gobierno del
General Perón dio al Banco Central un estatuto
que respondía por primera vez a los intereses de
nuestra patria.
Pero así como siete siglos de dominación
árabe en la península ibérica no
pueden reducirse a sus aspectos económicos, y
hasta hoy España se beneficia del arte, la
ciencia y los valores traídos por el invasor,
tampoco la dominación inglesa en nuestro
país tuvo solamente rasgos negativos, sino que
por doquier encontramos elementos positivos de su
cultura.
Buena parte del desarrollo bahiense es de origen
británico. En décadas pasadas, todo
muchacho en busca de trabajo aspiraba a ingresar a "la
Empresa", nombre reverente que se daba al Ferrocarril
del Sud y al visionario Ferrocarril Buenos
Aires-Pacífico, que todavía no hemos
concretado, pese a las luchas de un bahiense ilustre: el
doctor e ingeniero Domingo Pronsato.
Cuando Pronsato contaba diez años de edad,
acompañó a un amigo de su familia, don
Willam Harding Green, en el viaje inaugural del tramo
Bahía Blanca-Hucal del futuro Ferrocarril
Trasandino del Sur, que continuó luego hasta
Zapala sin llegar nunca a Talcahuano, en una obra que
nos hubiera integrado cultural, social y
económicamente con la hermana República de
Chile.
El año dos mil no nos ha encontrado unidos sino
dominados, pero la actual dominación no irradia
otra cultura que la del lucro, la superficialidad, el
envilecimiento por falta de trabajo digno, y el
embrutecimiento dirigido desde los medios de
comunicación.
En cambio, un ejemplo de los rasgos positivos que
aún conservamos de los ingleses lo tenemos en
Villa Harding Green.
A seis kilómetros al este de la Plaza Rivadavia,
en una zona elevada y salubre, los empresarios
británicos construyeron, en vez de los actuales
monoblocks apilados que fomentan la degradación
social, un barrio de casas dignas, humildes pero con el
sello de decoro de la clásica vivienda inglesa.
Lo rodearon de una profusa forestación de
eucaliptos, y construyeron también, en el mismo
sobrio estilo de las viviendas de sus empleados, las
casas de sus autoridades más importantes, como la
del superintendente mister Clegg, reconocido
filántropo y hombre de profunda convicción
cristiana.
Por añadidura, ya a principios del siglo veinte
una de las líneas de tranvía que
comunicaban los barrios bahienses llegaba hasta Villa
Harding Green, para que no fuera como los guetos
actuales de ricos con medios propios de transporte –bien
lejos de la contaminación que su propia codicia
provoca–, sino que constituyera un barrio de ambiente
trabajador y accesible a todos, como todavía se
conserva.
En Villa Harding Green se inició también
la aviación comercial y la actividad del Aero
Club. La Aeroposta Argentina hizo allí, con
Saint-Exupéry, Almandos Almonacid, Sánchez
Berrieux y tantos otros pioneros, la primera escala de
sus vuelos a la Patagonia.
Hoy
pueblan la hermosa barriada gentes humildes y dignas. Se
conserva la pureza del aire y de las costumbres. El
ambiente semirrural trasunta en algunos sitios pobreza,
pero no indignidad. El esfuerzo de vecinos fomentistas y
docentes ha plasmado obras como su Biblioteca Popular,
tan cálida como valiosa como centro de cultura.
Distintas denominaciones religiosas aportan su mensaje y
su obra. Un incipiente museo aeronáutico recuerda
que se está en una cuna de la aviación.
Los pobladores saludan al visitante desconocido que
recorre la villa, con la afabilidad que les otorga la
tranquilidad de conciencia. No se ven enormes perros
custodiando riquezas escondidas. La cultura inglesa del
trabajo, la dignidad y el esfuerzo sigue vigente.
La presencia británica nos ha dejado en Villa
Harding Green, como en tantos otros lugares de la
ciudad, un ejemplo que perdura.
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